Same but different: las clases de yoga en Sierra Leona
Dar una clase de yoga en Sierra Leona fue una experiencia muy diferente a lo que yo había conocido hasta el momento: clases en las que les alumnes eran adultes, con clima templado y en una sala adecuada a la práctica.
En primer lugar, en Sierra Leona no teníamos una sala. Practicábamos en la terraza de un hostal/bar en lo alto de una colina (el Hillview) desde donde observábamos la pequeña ciudad de Kabala y las montañas de alrededor.
El suelo era de cemento, lo barríamos antes de clase con una escoba hecha de hojas de palmera y las primeras prácticas las hicimos directamente sobre este suelo (llenándonos de polvillo blanco las manos, los pies, la ropa…).
Pronto, a la vista del éxito de las clases, me puse a buscar una solución para el tema de las esterillas. La mejor opción que encontré fue comprar unos cuantos metros de linóleo y cortarlo en rectángulos del tamaño de una esterilla de yoga. Resbalaban y no eran nada acolchados, pero de esa manera al menos la gente que venía a practicar se ensuciaba menos y no se clavaba piedrecitas en las manos.
Por otra parte el calor. Y la humedad. Para dar las clases yo tenía que caminar 4 kilómetros con algo de pendiente, así que ya llegaba a clase sudando a mares. La temperatura durante el día era tan alta que teníamos que practicar al atardecer y, después del primer saludo al sol, ya estaba todo el mundo sudando, así que muchas veces teníamos que parar la práctica física, sentarnos a respirar y concentrarnos para bajar la temperatura del cuerpo.
Una de las mayores diferencias que sentí como profesora de yoga en Sierra Leona (y quizás la que más me enseñó) es que el yoga no es necesariamente una práctica seria y silenciosa. A veces hace falta reír, caerse (en ocasiones incluso empujarse de forma juguetona en un equilibrio), probar opciones más atrevidas de las posturas, juntar a niñas y niños con adultos, parar a contar una historia, crear retos para mantener la atención del grupo…El yoga que experimenté en Sierra Leona era juego y compañía. Era alegría y gozo. Y cuánta falta hacen la alegría y el gozo en el mundo.
Y por último, el Ébola. Mis clases en Sierra Leona comenzaron en enero de 2014 y a finales de marzo comenzó la epidemia, así que, como medida de seguridad, se recomendaba a toda la población que no se tocara: ni abrazos, ni estrecharse las manos, ni, por supuesto, ajustes en clase de yoga. Tuvimos que adaptarnos a la nueva situación, pero no dejamos de practicar. Recuerdo hablar con mis alumnas y alumnos después de las clases dándoles consejos sobre cómo evitar posibles contagios para que los compartieran con sus familias y en sus comunidades. Con el paso de los meses la epidemia fue extendiéndose hasta que se prohibieron las reuniones por seguridad.
Así que no podéis imaginar las ganas que tengo de volver a Sierra Leona, dar abrazos, dar la mano, dar ajustes y compartir el gozo y la alegría del yoga…